Estas son algunas de las preguntas que pueden surgir mientras se recorre la muestra conjunta de Luis Altieri y Mapi de Aubeyzon. Dos artistas de lenguajes visuales muy distintos que, sin embargo, se eligen para compartir espacio, vibración y riesgo.
Este diálogo entre sus obras no busca acuerdos forzados: se trata de una convivencia vibrante, donde el color marca el ritmo de una danza compartida. La sinergia que se genera no es discursiva, sino física: estalla en la sala como una juerga cromática de empastes, transparencias, formas y texturas que se atraen, se rozan, se multiplican.

Desde el primer paso dentro de la muestra, el espectador queda envuelto en un despliegue visual potente: colores encendidos, paletas que se rozan hasta confundirse, composiciones que se espejan, se contradicen o se abrazan. A pesar de las diferencias técnicas —las superficies planas y homogéneas de De Aubeyzon contrastan con los lienzos cargados de materia y gesto de Altieri—, las obras no compiten: conversan.

Según cuentan los propios artistas, el montaje fue una parte clave del proceso. No hubo una planificación previa, solo se dejaron guiar por sus pinturas, que marcaron dónde y cómo querían estar expuestas. Fue el color el que hizo de brújula, estableciendo vínculos, creando armonías inesperadas. La misma complicidad que hay entre Altieri y De Aubeyzon se traslada a sus obras: una conversación muda pero intensa, que pide ser escuchada con los ojos.
En un contexto artístico muchas veces atravesado por el individualismo y la firma única, este gesto de mostrarse de a dos no es ingenuo. Es una apuesta: a la conexión, al diálogo, al juego. A una forma de hacer arte, donde ningún color existe solo. Son en vínculo, como esta muestra.             

María Amato